Libres de las vendas en los pies y las cadenas, empuñando la hoz y el martillo: acá te contamos la experiencia más avanzada en la lucha por la liberación de las mujeres: la china socialista.
Revolucionarias
En el socialismo en China, las mujeres comenzaron a trabajar en fábricas y en el campo, participando en la colectivización, la industrialización, y la construcción de un nuevo tipo de sociedad. Esto requirió colectivizar del trabajo doméstico: es difícil poder ir a la fábrica si hay que encargarse de los hijos, la comida, la limpieza del hogar. Sin esto, las mujeres llevan adelante una doble jornada laboral: en el trabajo y en la casa. En China, se crearon guarderías y comedores en fábricas y barrios, dirigidas por los trabajadores y con participación de los hombres, permitiendo que el trabajo doméstico no fuese responsabilidad exclusiva de las mujeres.
Las mujeres chinas no sólo se liberaron de la opresión feudal, que implicaba desde estar sometidas al vendaje de pies para que éstos fueran pequeños, hasta prácticas como la compra venta de novias niñas: se liberaron de las cadenas y tomaron en sus manos la hoz y el martillo.
Madres y niñxs libres
La educación de los niñxs ya no era responsabilidad de sus madres, sino de la sociedad en su conjunto a través de las escuelas. Cada clase establecía un plan de trabajo vinculado al barrio, poniendo la formación al servicio de lo colectivo. Quienes enseñaban historia muchas veces eran sus propios protagonistas: obreros y campesinos que fueron partícipes de la revolución. No solo la historia, también las tareas productivas que enseñaban en talleres y las tareas domésticas de igual forma para niños como para niñas.
Estereotipos
En la sociedad dividida en clases, la belleza femenina es siempre atributo de las clases dominantes. Son éstas quienes decretan para el conjunto de la sociedad lo que debemos ser. Para ser linda en nuestra sociedad, hay que parecerse a las mujeres burguesas: ociosas y ricas, con sus ropas, peinados, que tienen un alto costo: el de la peluquería, el shopping, el maquillaje, la cirugía estética, el gimnasio y las dietas. En China, esta imagen fue reemplazada por otra: la de las obreras, y campesinas. Las mujeres revolucionarias eran “el estereotipo de mujer linda”, aquellas que estudiaran, trabajaran, combatieran y lucharan al servicio de su pueblo.
Nuevo concepto de amor
La nueva sociedad China empujaba a las mujeres a relativizar el amor, es decir cuestionar la idealización del amor, donde las mujeres depositamos todas nuestras esperanzas, expectativas y frustraciones. Las chinas exclamaban: “si amar significa sustraerse de la sociedad, abandonar la lucha por la revolución para dedicarse a “él”, nosotras ese amor lo rechazamos”. La relación que tenemos con el otro debe ayudarnos mutuamente a desempeñar el papel de ambos en la sociedad, en la lucha revolucionaria, no aislarnos de ella.
La mitad del cielo
La incorporación de las mujeres a la producción, creó mejores condiciones para su independencia económica y para una participación activa y masiva en la lucha social y política. La experiencia de las revoluciones socialistas triunfantes en el mundo, demuestran que estas no son posibles sin la participación masiva de mujeres. Es por esto que, lejos de volver a casa, las mujeres chinas se incorporaron a la producción y a los órganos de poder. Estuvieron a la cabeza de la lucha por una sociedad sin explotadores ni explotados, y por la socialización del trabajo doméstico. Fueron protagonistas de la larga lucha social, política e ideológica para desterrar las ideas, costumbres y relaciones patriarcales propias de la vieja sociedad.
Hoy esa China ya no existe. Con la restauración capitalista en China a partir de 1978, se perdieron las conquistas revolucionarias, entre estas las logradas por las mujeres. Hoy vivimos en un mundo donde sufrimos una doble opresión: por nuestra clase y por nuestro género. Las injusticias y sufrimientos que padecemos nos llenan de bronca que transformamos en lucha por otro tipo de sociedad. La experiencia de esa China roja nos demuestra que vivir libres y sin miedo no es una utopía: es parte inseparable de la lucha por la revolución.
Un poco de historia
Engels explica que la división entre trabajo manual e intelectual, campo y ciudad, y entre hombre y mujer surgió con la propiedad privada y la formación de clases sociales. Con esta división en clases, teniendo en cuenta el carácter irreconciliable de estas, se formó una “fuerza especial” dedicada a la represión: el Estado. En esta sociedad dividida, el hombre se dedicó a la esfera pública mientras que la mujer se confinó al ámbito privado, aislada de la producción social.
No alcanza entonces con que las leyes sean iguales tanto para el hombre como para la mujer para que se termine la opresión: necesitamos un cambio profundo de la sociedad en su conjunto.



