Chicas perdidas

Chicas perdidas, o “Lost Girls” como corresponde a su nombre en inglés, es una película dramática y de suspenso estadounidense que narra la historia de una madre que sale en busca de su hija, una mujer que desapareció dentro del contexto de prostitución. Tiene una perspectiva íntegramente feminista, sus personajes principales son mujeres, que comparten la realidad de ser hermanas, hijas, madres de mujeres desaparecidas.


La pelicula está basada en una novela del mismo nombre, escrita por Robert Kolker. Protagonizada por Amy Ryan, Thomasin McKenzie, Lola Kirke, Oona Laurence, Dean Winters, Miriam Shor, Reed Birney, Kevin Corrigan y Gabriel Byrne funciona como una obra testimonial, que cuestiona aquellos parámetros morales y las estructuras desiguales de poder que llevan a una sociedad a decir: “¿A quién se le ocurre perder el tiempo buscando una prostituta desaparecida?”. Fue dirigida por Liz Garbus, quien ha decidido enfocar la narrativa del film en la búsqueda clásica propia de los policiales con una vuelta de tuerca interesante: el objetivo no es descubrir qué le sucedió a Shanan, ni siquiera si está muerta o no, a pesar de que es lo que los personajes remiten en los diálogos. La dinámica dada en la película es encontrar pruebas que puedan (dentro de todo) garantizar que se haga justicia por ella. Desde un primer momento, cuando ella desaparece, nos relatan los sucesos en la noche de su desaparición. La narrativa o la historia no se centra en buscar a un asesino, lo conocemos desde un principio, y nos permite ver de primera mano su cinismo. Esto funciona como una crítica a las instituciones de justicia, porque en nuestra actualidad en vez de buscar asesinos debemos desviarnos buscando pruebas una màs irrefutable que la otra para enjuiciarlos. Está grabada a través de filtros azules, u oscuros, tiene una fuerte presencia de escenas en la noche que ayudan con la melancolía, la tristeza y la inquietud de lo que se relata en la historia. La película es prácticamente una noche que parece ser eterna, hasta que la verdad trae la luz del amanecer. A su vez, las actuaciones que debieron realizar los actores en su representación a lo largo de la película abarca lo sombrío. Desde la tristeza, la desolación, la desesperación, la perversión, el cinismo, la culpa; para concluir luego en una liberación de carácter resiliente de las mujeres protagonistas.

Al estar basada en un caso real, relatado en una novela, podemos ver al final antes de los créditos, varios clips de entrevistas a la verdadera Mari Gilbert con sus hijas, cuya historia vamos conociendo cada vez más al mismo tiempo que compartimo su desesperación en la lucha por el reconocimiento, la justicia, y la visibilización. Han sido marginadas, insultadas, cuestionadas; ellas, sus hijas, las otras madres, hijas y hermanas de las demás chicas desaparecidas. Pero Mari nunca estuvo dispuesta a rendirse, tal vez un poco por la culpa que trae el pasado, por lo difícil que fue su vida como madre soltera.

Un testimonio crudo y realista
El rol de testimonio que adquiere la película se ve reflejado principalmente en la forma de mostrar como aquellos que deberían velar por nuestra seguridad, aquellos responsables de la búsqueda y la investigación sobre el paradero de las chicas, deciden saltarse los protocolos y hacer la vista gorda para beneficiar a unos pocos; que son poseedores de una influencia política, económica y social, mucho más grande que la que podría tener una prostituta. La película representa implícitamente en su narrativa, el concepto de pacto patriarcal, también sirve como un buen ejemplo para ilustrar las implicaciones que el mismo tiene en el sistema actual. Las implicancias sociales, políticas, burocráticas que causa a día de hoy. Las chicas desaparecieron en un barrio privado fundado y dirigido por hombres adinerados que acostumbraban hacer fiestas con prostitutas, de las cuales los miembros de la policía eran partícipes. ¿Cómo íbamos a esperar que ellos se molestaran en investigar el caso, si podían verse reflejados tanto en el agresor como en los cómplices?


La cultura patriarcal mas visible que nunca
La cultura patriarcal sostiene en su misma coyuntura, la idea de que los hombres deben sostenerse y apoyarse a toda costa; como lo hicieron todos los integrantes del barrio privado (sabiendo que sus esposas sumisas iban a hacer o decir lo que ellos mismos les indicaran). Los oficiales de policía son un claro reflejo de la complicidad que involucra este pacto cultural implícito y aprendido; deben ser amenazados por la madre de Shanan para hacer el trabajo que les corresponde de investigación en el área de la desaparición y donde fueron hallados los cuerpos (que ¡Oh sorpresa! se encuentra junto al barrio privado donde desapareció Shanna); ellos mismos incluso se ven en el final organizando una fiesta de despedida a su comisionado, quien fue responsable de la investigación y no hizo más que ignorar a la madre de Shanna y culparla por las decisiones que tomó a lo largo de su vida. ¿Por qué nos sorprendería que los puteros sean cómplices de otros puteros?


La policía nos falló.
Le fallaron a cada una de nuestras chicas.
No pudieron mantenerlas a salvo cuando estaban en riesgo.
No tomaron en serio sus desapariciones.
No persiguieron a la gente que se aprovechó de ellas.
Algunos podrían ser esa gente.
Y me ignoraron de la misma manera que ignoraron a Shanna la noche que pidió ayuda”


La policía tarda menos de quince minutos en acudir a un barrio privado donde una mujer viviendo en la pobreza se manifiesta buscando a su hija desaparecida en ese mismo lugar. Pero se toma el lujo de tardar una hora en acudir a la ayuda de una joven que pide auxilio desesperadamente desde allí. ¿Notan algún parecido con la realidad? El rol de la policía, es el de mantener el sistema; el sistema prostituyente y capitalista que orilla a estas chicas a este tipo de situaciones de vulnerabilidad extrema. La policía representa un pacto patriarcal institucional, que tiene como función sostener el poder de los sectores dominantes (los varones prostituyentes elitistas), reflejándose en ellos e imitando, además, su conducta.

Las “locas”:
Madres, hijas, hermanas, todas buscando justicia mientras son cuestionadas por las acciones de la víctima en lugar de avanzar hacia sus potenciales femicidas, siendo así el sistema, cómplice patriarcal por la inaptitud cometida, además de socavar las voces de lucha, desestimando la fuerza para hallarlas con vida. Y es ahí, en esas escenas de búsqueda desesperadas en la que vemos la violencia mediática patriarcal, cuando no son culpadas las víctimas, son culpadas sus madres, hermanas; nunca la justicia por ser incompetente, por fallarles, por no devolverle sus llamados, por parar la búsqueda cuando llevaba aún poco tiempo abierta. Las mujeres siempre deben ponerse en el rol de seres maternantes responsables de todo mal. El mismísimo sospechoso es el que alega con un cinismo capaz de ponerle a uno los pelos de punta, cuando el comisionado va a interrogarlo en la comodidad de su cabaña: “Espero que no se culpe a sí misma por la vida que su hija llevaba. Pero la manzana no cae muy lejos del árbol de todas maneras”
Las mujeres son responsabilidad, al comienzo por “abandonar” a las víctimas, al decir en todos los noticieros que las víctimas “no tenían familia” y por eso no habían sido buscadas o reportadas. Cuando lo cierto es que las denuncias que ellas realizaron fueron descartadas por la policía. Luego son responsabilizadas o mostradas como una amenaza cuando pelean, cuando insisten, cuando la desesperación las lleva al punto de amenazar a los oficiales para que hagan su trabajo; son tratadas de locas, histéricas, que “quieren quitarse la culpa” (como si la tuvieran), son burladas, humilladas (luego de ir por décimas vez a la jefatura y sostener que no iba a retirarse hasta que buscaran a su hija, los oficiales se ríen a espaldas de la madre de Shanan). El jefe de policía le susurra al oído al comisionado, cuando ella va a visitarlo por primera vez: “Tu verdadero problema está afuera. Ella pelea”

Pobreza y prostitución
Esto nos lleva a otro de los importantes puntos que plantea la película; la marginalización como por la yuxtaposición de la existencia y materialidad de las mujeres con la intersección de la pobreza. Las mujeres víctimas de prostitucion son representadas en los medios (tanto reales como en los de esta ficción) como objetos, como entes deshumanizados; correspondiendo con la dicotomía santa-puta que aún sostenemos culturalmente a día de hoy. Porque en el minuto en el que fueron halladas, en el que una situación que las sobrepasa las llevó dentro de la mirada pública, para mantener esa marginalización, esa exclusión, fueron despojadas del carácter de persona. No eran mujeres, eran prostitutas; no eran personas, eran putas. Y como no fueron, ni serán personas, no vale la pena buscarlas, o nombrarlas. Como no fueron ni serán personas a los ojos mediáticos de la cultura patriarcal, se merecen todo lo que les sucedió. Eran mujeres pobres, hijas de mujeres pobres viviendo la vulnerabilidad extrema que solo ellas mismas pudieron tener; y eso incomoda, incomoda la visión sesgada de las esposas sumisas de un barrio privado, y a todos los televidentes que prenden el noticiero recibiendo a cambio el reportaje sobre ese caso. Su misma existencia, para siempre invisibilizada y silenciada, incomoda cuando sale a la luz; y más aún cuando alguien (una madre) cargada de ira se ocupa de gritarla tan fuerte que se vuelva imposible no escucharla.


El rol del estado:

La idea o el mensaje que termina de dejarnos la película con una unión repleta de un sentido de hermandad importante es que el rol que asume el estado y las distintas instituciones paraestatales es la de sostener este sistema. Porque no se ven exentos de las dinámicas de poder, de las estructuras de desigualdad y marginalización sobre las que se estructura la sociedad, la realidad material: refiriéndonos ya sea al género, la raza o la clase. De hecho, todo lo contrario, el estado es la principal estructura que opera para sostener esas estructuras de poder, es el responsable de sostener entonces este sistema prostituyente. No vemos mujeres en los altos cargos, porque el poder ha sido monopolizado por la masculinidad y no está dispuesto a dejarla. Los diputados, los concejales, los senadores, no son tan diferentes que los oficiales de policía que vemos en la película; también sostienen ese milenario pacto de silencio al que a nosotras, las mujeres, se nos ha negado. Se reflejan entre sí, se apoyan y sostienen entre sí; si hay policías puteros, hay diputados puteros. Y si hay diputados, concejales, senadores puteros, el estado es putero y proxeneta. Porque orilla a las mujeres atravesadas por la exclusión, el hambre, y la miseria a ejercer el milenario rol de objeto, a ser explotadas de las peores maneras posibles; a ser completamente deshumanizadas. Como la misma madre de Shanan dijo: “Nadie habla de nuestras chicas, y cuando lo hacen es “prostituta, puta” nunca “madre, hija”. Una vez que te hacen puta, no dejas de serlo; las instituciones de poder, las mediáticas, policiales, estatales, económicas, se encargan de ello.
La película te hace reír, llorar, enervarte al punto de querer lanzarle algo al televisor. Y lo hace, no porque sea una historia maravillosa o fantasiosa, si no porque es real; es el claro reflejo de nuestra realidad. El caso de Shanan es el caso de cientos de mujeres, de mujeres que no son vistas u oídas por la exclusión que como sociedad les hemos impuesto. La prostitución es un grave problema tanto en nuestro país como en el resto del mundo, las violencias que acarrea. La crudeza de esa misma realidad es algo que apenas podemos imaginarnos, y justamente a esto mismo viene esta película, a mostrarnos este escenario de la forma más franca posible, quitándonos el privilegio de mirar para otro lado, de cambiar de canal.

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1 Comment

  • Juan

    Gracias por ésta reseña

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